Cuarta etapa: Ser de este mundo es usar el corazón

Dios, que quiere salvarnos, ha puesto la Navidad en el lugar más claro, accesible y cercano para cada ser humano. Allí donde resultara más evidente y al mismo tiempo, donde fuera más eficaz su luminosa presencia.

Los seres humanos de todos los tiempos lo buscaron en la naturaleza, en la sabiduría o en el control de las pasiones y el sufrimiento. Pero allí no hallaron sino excelentes reflejos… de sus ideales más altos.
Decía San Agustín:

“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serian. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y abraséme en tu paz.
” (Confesiones, Libro X, 38)

Dios se esconde en el corazón, en la fuente de amor que existe en centro de cada ser humano. Dios, que es amor, me invita a preparar el corazón para vivir de ese amor: “Debemos amarnos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama es hijo de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.” (I Juan 4,7-8)

Hagamos pues una peregrinación, un éxodo hacia el corazón. Una migración como la de las aves, intuitiva y de masas. Este mundo necesita muchas personas que entren en su corazón. Personas que vivan, que saluden que trabajen, que contemplen con el corazón.

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