El último paso de cada etapa es la contemplación y el agradecimiento. Y la celebración.
Es una de las grandes claves de esta pedagogía del cambio profundo, que no está centrada en producir resultados sino en suscitar nuevas actitudes desde el corazón.
En relación con la fe, esta forma de actuar es más y más importante, porque la fe es un don, y los dones se reciben, agradecen… y disfrutan.
En la experiencia de fe se suele pasar por alto un elemento muy importante: su dimensión de comunión.
La fe produce comunión entre sus dos extremos, el que confia y aquel en quien se confía.
Es la razón por la que la relación de pareja requiere fe-confianza entre ambos, y se vuelve imposible cuando uno de ellos pierde la fe en el otro. Sin fe, no habrá dinámica de comunión de vida entre ambos.
Eso mismo pasa con la fe en Dios: cuando creo en él, mi corazón se abre a su presencia, y la dinámica de la comunión se desarrolla más y más.
Esto es lo que tengo que vivir hoy: simplemente, disfrutar de la comunión. Como dice Ignacio de Loyola, 1) «No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir gustar de las cosas internamente» (EE 2). Pues gustemos de este regalo de la fe; estar cerca de Dios, estar con Dios, hacerse poco a poco de Dios.
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